De visita en Cambre, a unos doce kilómetros al sur de La Coruña, quien me invitó a degustar la queimada fue una apreciada amiga gallega por quien tengo un profundo afecto, construido en el devenir de una y varias aventuras por las tierras peteneras. La preparación de la queimada la hicimos en su casa, situada en lo alto de una colina y a la orilla de una carretera vecinal, donde árboles, pasto y flores se imponen en la primavera de la Galicia rural.
Nos instalamos en la sala, se cerraron las cortinas, las puertas y las ventanas, con lo cual aquel ambiente luminoso se torno un tanto misterioso. Sobre una mesa, colocada al centro del recinto, se encontraba una olla de barro cocido, de color amarillo ocre y círculos concéntricos de color marrón, un cucharón y varias tazas del mismo material. Además había una botella de Orujo de Galicia, unos 150 gramos de azúcar, un limón, una manzana verde, un plátano, un puñado de pasas de uva y unos cuantos granos de café.
Paso siguiente a la penumbra artificial, el aguardiente fue vertido en la olla y se dejó un tanto para el cucharón. Su olor inundó el recinto y fue tan intenso que un golpe oculto me pegó en la nariz. Al instante una catarata de azúcar atravesó el orujo y cubrió el fondo de la olla. Con cuchillo en mano, al limón le fue arrancada la corteza que quedó flotando sobre el orujo y el limón en trozos fue exprimido. A la corteza del limón, siguieron pequeños trozos de manzana y plátano, el puñado de pasas de uva y los granos de café.
De la mesa se alzó el cucharón, al que se vertió un poco de orujo y azúcar, que al ponerlo en contacto con el fuego, lanzó su primera llama. Encendido el cucharón, con lentitud se le aproximó a la olla, pasando el fuego de uno a otro. ¡Casi fue como ver saltar la llama! Pronto hubo que empezar a remover el brebaje y levantar el cucharón una y otra vez para que el fuego azul se apoderara de la olla y cubriera el cucharón. El fuego se tornaba intenso mientras se removía el brebaje, así que empezamos a turnarnos para no dejarlo escapar. La queimada resultó exhalar una fragancia frutal que me hizo cerrar los ojos y de inmediato se me figuró que el fuego me compartía sus secretos.
En lo más intenso del momento, con el fuego queriéndonos dar un mordisco, se hizo el conjuro de protección para alejar a los espíritus malos y acercar a los buenos: «Mouchos, coruxas, sapos e bruxas…» [Búhos, lechuzas, sapos y brujas…] y apagado el fuego, bebimos la queimada. ¡Qué dulce y embriagadora!
Notas
La queimada es una tradición en la cultura gallega. Su preparación se realiza en fechas en las cuales se considera que la magia, el misterio y el conocimiento fluyen, como en el solsticio de verano. Lo cierto es, que cualquier noche, después de una buena cena con amigos o familiares, la preparación de la queimada puede dar a nuestra reunión un toque mágico y misterioso.
Para una bebida fuerte no dejemos quemar tanto el brebaje y para una suave removamos hasta que el fuego se consuma. Las llamas azules dependen de la calidad del orujo. Las frutas pueden ser variadas y el café siempre muy poco.
El orujo de Galicia lo podemos sustituir por aguardiente, que de eso tenemos suficiente en Guatemala.