El tiempo no pasa por nada. Así que pasa. La mano sostiene mi cabeza. El viento se cuela por el cedazo de la ventana, agita las hojas del palito de agua, toca mi rostro y me arranca un suspiro. Alguien riega el jardín. Qué bien. El calor abruma. Las olas van y vienen, suben y bajan, parecen caminar. Con cuidado muevo mis dedos y muy despacio giro la perilla de mi mouse. Lo deslizo sobre la madera, robusta y suave, amarilla y con vetas ocres, sin tinte y con suave barniz. Me deleita admirarla, desde cualquier ángulo, sentada o de pie. A mi tacto, la más tersa, con bordes rectos que no distraen mi mirada y sin gavetas que sirvan de escondite. Siempre ocupada. Bolígrafos, lápices, borradores, gafas, papel, laptop, libros, Pit y un cobertor donde mi gata se acomoda. Consagrada. Sí. Consagrada a mis ideas, las que despliega como flores amarillas en la estación de primavera.